octubre 06, 2011

Sobre esas 4 o 5 personas

Desde que era niña nunca presumí de llevarme bien con todo el grupo en el colegio, la mayor parte del tiempo me llevaba bien con un puñado de personas, consideraba amigos a no más de una decena y trataba de manera cordial al resto. No me entusiasmo buscando a ex-compañeros en las redes sociales, ni me atraen las reuniones de generación que organizan.
Mis amigos siempre han sido pocos, los he conocido en ambientes escolares y profesionales pero en situaciones generalmente extravagantes. Nunca me precipité a acosar a alguien que me llamaba la atención, siempre me tomé tiempo para acercarme.
No se debe entrar en el territorio ajeno sin permiso y siempre he preferido el consentimiento a la mordida. Lo mismo pido.
En un libro de Javier Marías encontré una frase sobre la amistad, en la que hacía referencia a esas 4 o 5 personas a las que sientes la necesidad de ponerlas al tanto de lo que te ocurre. Pareciera que se trata de chisme, de hablar de algo mientras se acompaña a alguien mientras van al cine o comen, beben, fuman, se besan (oralidad omnipresente), pero al menos hoy entiendo que no es así.
Encuentro que después de algún tiempo tienes 5, o 4, o 3 personas a quienes te sientes impelido a contarle tus pensamientos, a compartirles tu vida y a quienes gustoso escuchas. No esperan de ti nada, no tienes que decir nada, no tienes que maquillar nada, no te buscan porque seas el vehículo a una fiesta segura ni quien picha todo. Como me decía mi terapeuta, la admiración va de la mano con el respeto.
Ando sentimental. Para esas 5, o 4, o 3 personas mi agradecimiento y afecto.

septiembre 10, 2011

septiembre

Retrasé más de un mes esta entrada; quise postergar el momento de hablar, como me pasa con frecuencia. Mi abuela tiene Parkinson, Pechina, Pechi, Tita, la Güera, mi abuelita, ella que toda su vida la dedicó al trabajo, al movimiento, está ahora confinada a unas cuantas habitaciones.
Pechi.
No se dónde esté Pechi, no la veo ya en la diminuta mujer que apenas puede levantar la vista y con voz susurrante pregunta por tu identidad. Hace casi un mes tuvo una intoxicación con su medicina, tuvo alucinaciones, insomnio, estuvo muy irritable y le dieron tranquilizantes; cuando volví a verla ya no la encontré por ningún lado.
No se dónde esté mi abuelita, quiero creer que ella se mueve tranquila en los jardines de su infancia y deambula libre por sus parcelas de juventud, que disfruta de los paseos entre recuerdos de todos sus viajes, con la gente que amó y que vienen cada vez que lo desea a acompañarla. Mi abuelita habla de sus muertos, los vivos le resultamos menos interesantes que todo el séquito de distintas épocas y lugares.
Tita, solo quiero decirte que ya no soy una niña, que ya se cuidarme sola; gracias por llevarme al kinder, y por las bolsitas variopintas que me regalaste, gracias por ponerme a desgranar mazorcas y alimentar conejitos, por enseñarme a atrapar pollitos y regresarlos a sus nidos, por enseñarme a hacer fuego y a hacer trampas para palomas y luego dejarlas libres. Espero que no transites hacia el olvido de ti misma, de los que te queremos, en ese camino extraño a la demencia. Espero en tu mundo de cráneo adentro seas libre y feliz.

julio 27, 2011

Armisticio

Tuve que dejar al lado de la pared el bolso y las botas. Me descalcé sabiendo que no tenía que salir aprisa de la habitación. Me quité la cazadora y al dejarla caer escuchaste un sonido metálico pero no preguntaste de qué se trataba. Te escuché llamarme madre, te escuché llamarme padre, escuché el nuevo nombre con el que me traías a la vida, una cuenta más, otra perla.
Tuve que callar y tuve que pedir al silencio ser mi cómplice y ya no mi delator. Contemplaste mi despertar cercano al ocaso, y mi extroversión de media noche, y mi completa sinceridad de madrugada; no le temimos a la mirada fija, ni a las lágrimas, ni le temiste a mis dientes que crueles desgarran, ni le temí a tu atroz sonrisa, ni a tu violencia, ni a tu abandono de toda esperanza. Rendir las armas.
Cada noche intentaba que te fueras, y cada mañana me descubría celebrando que te quedaras; cada noche creía que era la última; marcharme, no decirte nada. Lo logramos.

mayo 18, 2011

Los contrahechos

In the old days, if someone had a secret they didn't want to share... you know what they did?... They went up a mountain, found a tree, carved a hole in it, and whispered the secret into the hole. Then they covered it with mud. And leave the secret there forever.
Chow Mo-Wan, In the mood for love
A veces alguien me cuenta un secreto, a veces ese secreto se siente como la larva de una avispa, de esas que se comen al huésped y luego re-arreglan su cromatina y las personas dicen "mira, está en metamorfósis" y luego una avispa brillante y nueva sale al mundo.
La gente no siempre está preparada para recibir nuestros secretos, ni nosotros para depositar esa larva incandescente en el cráneo de quienes nos rodean. Sin embargo lo hacemos, es más grande el impulso por acortar distancias, es más grande la necesidad de pedir refugio, comprensión o como una torpe, si, muy torpe muestra de afecto.
Pocos, muy pocos son los que pueden lidiar con ellos, y en algún momento la incomodidad de "eso que solo tu sabes" nubla la vista y oprime en el pecho.
Tal vez solo me pase a mi, y el mundo pueda lidiar bien con ser depositario de los secretos. Tal vez es solo reflejo de la oscura cara que no muestro y que me pesa. Todos los secretos que me han contado han modelado el rostro de mi relación con el mundo; tienen sabores y colores peculiares, aunque muchos estén aderezados con lágrimas o sangre.
Divago, divago mucho hoy, el peso de muchos secretos me oprime.
Mis secretos, esos no suelo enviarlos al mundo, poquitísimas personas los conocen. Tal vez menos aún los comprendan. Sujetos que bajo ninguna circunstancia se reunirán en una habitación, que jamás intercambiarán palabra alguna y que muchas veces negarán conocerme. Secretos contados a quienes no podrán preguntar ya más nada; los eximo de la molestia de verme y mirar una escena que no contemplaron más que en su imaginación.
También hay quienes me sostiene la mirada, me dicen "esta es mi historia" y dejan de verme fragmentada, dejan de ver las cicatrices y las marcas y las quemaduras de cigarro límbicas y exploran esa oscuridad y me dan rutas nuevas para explorarlos, para explorarme y sonríen y dicen "somos los contrahechos".

mayo 13, 2011

en el camino andamos

Siempre he dicho que odio los autos, que solo saben hacer tráfico y hacen complicado todo. Siempre estoy recordándoles a todos mis amigos automovilistas que es más bella la vida sin tener que preocuparte por dónde estacionar, compra gas o cómo evitar a los franeleros y otros advenedizos.
Caminando llego sin problema del punto A al B, y he logrado evitar los horarios pico en metrobus, metro y autobus. Sacar tarjeta uno, dos o tres, ingresar al transporte, transbordar, caminar, todo con comodidad y eficacia.
En los congresos internacionales soy de las que esbozan una sonrisa de ternura hacia aquellos que desconcertados miran las líneas del tren y las siguen con un dedo tembloroso. El metro de París y el de Berlín o Washington no representan mayor reto que ir de Copilco a Constitución de 1917.
Toda esta independencia automovilística se ve resquebrajada hasta sus cimientos gracias a un solo individuo en el mundo: mi padre.
Mi padre y yo amamos el camino de la misma manera que odiamos el tráfico, el calor o la estupidez humana. Los momentos de mayor intimidad paterno filial se han dado en una carretera, en un embotellamiento, en la recta veloz que cada vez escasea más. Podemos pasar días enteros en conversaciones superfluas, en observaciones irrelevantes, hasta que de repente se presenta la ocasión dorada y nos lanzamos a la carretera.
Disfruto los autos, platicamos de clásicos, jugamos carreras con los del transporte público, grito, pataleo, me río y disfruto del camino; me pongo seria y le digo que no se qué estoy haciendo, que no se qué rumbo estoy tomando, y el escucha, me escucha con toda la paciencia del mundo y me dice algo que se siente venido desde las entrañas de la tierra, me tranquiliza o me aconseja, nunca me juzga.
Y se ríe conmigo, y yo solo quiero abrazarlo y darle las gracias por ser un tipazo, por respetar mis decisiones, por todo ese ingenio, por la sabiduría cotidiana, y yo le doy las gracias al camino y dejo de odiar los autos.

mayo 10, 2011

B5

Mis alumnas sonríen cada vez que necesito comenzar a explicar una idea, generalmente sobre sus proyectos de tesis, porque estiro la mano y busco un papel, tomo alguno de los portaminas que siempre me acompañan y comienzo a escribir, y así, voy tejiendo en el papel lo que en mi cabeza solo se ve en imágenes. Necesito papel para hablar. ¿Te conté alguna vez porqué solo uso hojas B5?
En la universidad ya usaba libretillas de formato pequeño, nada más grande que un B5; siempre me pareció que las ideas merecían un lugar menos rígido para poder hospedarse. Puedes llamarme eidética cuantas veces quieras. Me gustaba llenarlas hasta los bordes, escribir con tintas negra, roja, verde y azul.
Cuando tengo ante mi una hoja tamaño carta siento que debo empezar a escribir con un "A quién corresponda" y terminar cada página con un "por su atención, mil gracias; reciba usted un cordial saludo". Las hojas más pequeñas me resultan inadecuadas para trabajar o escribirte, siento que las ideas se fragmentan, que viven con demasiada ligereza y que no se puede vencer la tentación de arrancarlas una a una y repartirlas en notitas de "vine y no estabas, te dejo el suéter con el portero" y "métete a esa jodida indecisión por el culo".
El tamaño, finalmente, si importa.

Ecosistema emocional

Antes de que el bosque, de que la Selva Negra más específicamente me enamoraran, otra selva rugía en mi pecho.
El calor de media tarde es el mejor pretexto para perderme en el jardín, para caminar descalza sobre el pasto y esperar al crepúsculo tibio, vestido con sus abalorios de murciélagos y grillos. El cafetal me ofreció sus frutos, tuve que arrodillarme para alcanzarlos todos, y allí, frente a él, oliendo la tierra que huele a sábanas revueltas por el sexo y frente a las raíces retorcidas, la salva me llamó.
El recuerdo reptó y se enroscó en mi columna; la selva, la humedad, la melancolía sensual de sus noches. Una vez más estaba allí, esa primera noche en dónde la selva me acogió con sus cantos de ranas y gritos de murciélagos y su correr de agua y sus murmullos de pantera agazapada piel adentro. Diez, tal vez doce años han pasado.
Mi aroma personal es cómo el olor de la selva; me has dicho que huelo a vainilla, a veces me dices que tengo en la piel el olor de las naranjas dulces, te reías cuando te decía, interlocutor callado, que después de sacrificar a un animal olía a sangre, a hierro y a muerte. Me dijiste una vez que olía a tierra mojada, y que después de llorar olía a desolación. Todas, notas de selva.
Cuando la baya del café está maduro, basta oprimir un poco para que reviente entre los dedos y expulse la semilla; esta debe limpiarse de una capa protectora más antes de tostarse. Cuando la semilla se tuesta descubre todos los colores del cafetal antes de finalmente adquirir ese negro brillante y explote en sabor y aroma y así con ese registro sensorial, pueda evocarte.
Mi corazón se fractura entre el bosque y la selva.