junio 19, 2010

Sur sum corda

Hace un año perdí a un tutor. He tenido muchos maestros, figuras que me inspiran confianza y respeto, que pueden ser mucho mayores que yo o tan solo unos años separarnos. En su mayoría nada tienen que ver con la Academia, ni con Institución alguna; ellos comen, duermen, caminan, sacan a pasear al perro, hacen el super, se muerden las uñas, olvidan nombres más no rostros, tienen la letra ilegible, pierden los bolígrafos y estrechan las manos con fuerza. Ninguno me ha enseñado a trasmutar el plomo en oro, ni a seducir a los demás para que me den lo que yo quiero; con ellos he aprendido a aliñar ensaladas y a conducir perros, a mirar al cielo para predecir el clima, a doblar bolsas de plástico hasta dimensiones imposibles, a escribir cartas desesperadas ante situaciones desesperadas, a hacer jabón para burbujas y a dejar ir a las burbujas, a colgar dignamente una gabardina de un perchero precario, a meter todo en bolsas de tela, a golpear a puño limpio, a no preocuparme por la ropa que se mancha mientras te arrastras por la hierba, a nunca renunciar a quién te hace sonreír. También perdí un maestro.