septiembre 10, 2011

septiembre

Retrasé más de un mes esta entrada; quise postergar el momento de hablar, como me pasa con frecuencia. Mi abuela tiene Parkinson, Pechina, Pechi, Tita, la Güera, mi abuelita, ella que toda su vida la dedicó al trabajo, al movimiento, está ahora confinada a unas cuantas habitaciones.
Pechi.
No se dónde esté Pechi, no la veo ya en la diminuta mujer que apenas puede levantar la vista y con voz susurrante pregunta por tu identidad. Hace casi un mes tuvo una intoxicación con su medicina, tuvo alucinaciones, insomnio, estuvo muy irritable y le dieron tranquilizantes; cuando volví a verla ya no la encontré por ningún lado.
No se dónde esté mi abuelita, quiero creer que ella se mueve tranquila en los jardines de su infancia y deambula libre por sus parcelas de juventud, que disfruta de los paseos entre recuerdos de todos sus viajes, con la gente que amó y que vienen cada vez que lo desea a acompañarla. Mi abuelita habla de sus muertos, los vivos le resultamos menos interesantes que todo el séquito de distintas épocas y lugares.
Tita, solo quiero decirte que ya no soy una niña, que ya se cuidarme sola; gracias por llevarme al kinder, y por las bolsitas variopintas que me regalaste, gracias por ponerme a desgranar mazorcas y alimentar conejitos, por enseñarme a atrapar pollitos y regresarlos a sus nidos, por enseñarme a hacer fuego y a hacer trampas para palomas y luego dejarlas libres. Espero que no transites hacia el olvido de ti misma, de los que te queremos, en ese camino extraño a la demencia. Espero en tu mundo de cráneo adentro seas libre y feliz.

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