julio 27, 2009

A mi interlocutor callado

He escrito tantas veces sobre volutas de blanco humo, sobre columnas retorcidas de breve vida, pero lo cierto es que más intenso resulta el recuerdo del aroma del tabaco. Acepto que la visión de una mano firme llevándose el cigarro recién extraído de la cajetilla y una cerilla que momentos después le sigue en el camino son seductores, pero más seductor es ese mismo acto si se acompaña por un gesto de entrega (aun momentánea) a la actividad y un total abandono del resto del mundo.
El aroma encadena a su arribo al gusto. El tabaco sin quemar, que al probarlo adormece la lengua y tiene destellos del sabor de tu pecho; el tabaco claro, recién encendido me trae los ojos grises-azulados-verdosos... acuosos y endurecidos. El tabaco fuerte me derriba, me sacude, me violenta el recuerdo con historias confusas llenas de besos furtivos y terribles miradas que invaden y penetran, de mar y lluvias sin final y días que se recuerdan solo en las pocas frases entrecortadas, lapidarias y de mortal filo. Las historias de tabaco fuerte son las de bestias rampantes, de afiladas garras y expuestos afectos, de furtivos y violentos besos que marcan y duelen, saliva lacerando como quemadura de cigarro.
Las volutas son ligeras cortinas que la memoria tiende alrededor de estos recuerdos. Todos son uno. No dejes, amor, de venir con el aroma del tabaco.

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