En la vía pública busco a veces confundirme con el resto de la gente, envolverme en la protección del anonimato y salir de él solo si mi voluntad lo demanda. Siempre he preferido las ciudades tumultuosas aunque yo no soporte los tumultos, pero en la ilusión de la multitud puedo valorar mi individualidad.
De la gente destaco algunas características, mismas que me hacen voltear y admirar descaradamente o mirar con recelo. Casi siempre es en los hombres una barba de tres o cuatro días -bien cuidada- y la sonrisa chueca, también los tabiques rotos y los ojos profundos me hacen prestarle atención a un rostro. En las mujeres igualmente los ojos profundos y las cejas pobladas, detesto las líneas finas sobre los ojos que le restan fuerza a la mirada y, generalmente, a toda la persona.
Una buena elección del perfume y la sabia aplicación también pueden llamar mi atención, sin embargo mi falta de habilidad polillesca me impide destacar el aroma de gente a gran distancia, que francamente creo que me salva de padecer migraña constantemente.
Nunca presto demasiada atención a las manos. Ayer me dijiste a quemarropa que recuerdas mis manos y puedes identificar parecidos en todas las manos que ves a diario. No pude evitar sentirme inquieta. Aun no logro dejar de pensar en ello. Me destacas a fuerza de entre la multitud y de entre la multitud, me reconstruyes.
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