Salí precipitadamente. Llevo como mantra una rima del poema que más recuerdo de Alfonso Reyes "El fuego de mayo/me armó caballero:/yo era el niño andante,/y el sol, mi escudero."
Siempre has odiado al Sol, yo siempre lo traigo en mis imágenes de párpados adentro y sin Sol se me derrumba la sonrisa y se instala la Melancolía (si, esa con mayúsculas, no mi melancolía de muchacha -¡Oh, Rilke!- cotidiana).
Llovía. Buen presagio, te encontraré esperando por mejor tiempo. Toco a tu puerta, segundos después apareces. Mi voz cambia cuando sonrío.
Me doy cuenta de que mis pensamientos nacen y maduran más rápido de lo que puedo expresarlos; somos un juego de palabras, una tormenta de frases hechas, un torbellino de recuerdos, un titipuchal de sonrisas.
En ocasiones, puedo nadar en Lo Insondable sin temor a ahogarme o a que las bestias que lo habitan me jalen hacia el fond y allí vuelva a llevar el nombre de Perséfone.
No llueve más, regreso a Casa.
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