A veces en esas desagradables madrugadas en dónde no puedo dormir tomo el teléfono o mando un tuit a uno de mis trasnochados amigos. No me causa remordimiento hacerlo porque se que estará despierto, y si maldice o se queja no es nada contra mi, sino que le gusta maldecir y quejarse.
Nunca había hablado de él aquí, es una de mis personas favoritas desde hace varios lustros y en definitiva es alguien que me conoce bien... no sabía que demasiado bien.
Me regaló unas lindas cicatrices y muchas cartas que todavía conservo; podría pensarse que en secundaria todas las cartas son sobre quién te gusta y otras cursilerías propias de la pubertad, pero sus cartas eran muy distintas, hablábamos de nuestros problemas y de lo que nos angustiaba... y de cursilerías también. De esa época nos quedó la costumbre de llamarnos por los apellidos y maldecir a la menor provocación.
Nuestra historia tiene largos periodos de silencio, cacofonías y melodías sombrías; también hemos tenido pasajes festivos y extravagantes. Somos muy orgullosos y nos molesta que alguien intente decirnos qué hacer, e incluso, que nos de un consejo; sufrimos ese orgullo, pero disfrutamos la miseria por la simple razón de que la elegimos... Ando muy sensible, él sabe por qué.
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