La gente busca evitar la tragedia adelantándose a ella. La falsa idea de que el conocimiento de ella la hará llevadera o podrá evitarla lleva a vivir la no siempre inminente y dolorosa situación mucho tiempo antes. Así, aunque no siempre ocurra la tan temida tragedia se comienza a vivir con el dolor sordo (que curiosamente imagino como ruido blanco) que descompone el rostro en un rictus de perenne pena.
El conocimiento no debería ser empleado de ese modo. No debería hurgarse en libros y pláticas añejas ni desperdiciar las horas de sueño en atroces ideas. No debería torturarse a quienes nos acompañan con latigazos de preguntas encaminadas a conocer las entrañas de la temida tragedia. Lo mismo va para un temido engaño como para el incierto dolor que se instaló días atrás en el pecho o en el estómago; engloba a la preocupación que deriva en miedo y angustia. Es el sobre con los análisis clínicos que llegará en tres días o la respuesta al correo que enviamos con el corazón saltando, es lo mismo.
Cuando me afirmas que estás bien instalado en la soledad y me haces parte del mundo de los solitarios, no entiendo otra cosa que tu esfuerzo por adelantarte a la tragedia.
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