junio 16, 2012

II

Porque hay ocasiones en las que la muerte me parece un estado transitorio y me imagino que voy a encontrarte un día, sentado en el sillón de la salita, frente a la ventana; o que te veré caminar hacia mi entre el tumulto del aeropuerto o en el recinto a media luz de una sala de conferencias atiborrada de lenguas que no comprendo; que abriré la puerta y estarás gozando del sol de la mañana. Pero morir es tan definitivo que no alcanzo a comprenderlo, me cuesta tanto entenderlo.
De la misma forma en la que te separas de tu presente y lo dejas transcurrir hacia el olvido, con toda su corte de anhelos, con todas las fantasías, embriones de realidad, para continuar con el presente, para nunca abandonarlo. 
Me aconsejan pensarte como a un muerto, como a un muerto más de todos los que habré de conocer, para los que no tengo un día especial para recordar. Pero cómo mandarte a esa tierra, que pienso como transitoria; ponerte allí, solo me torturaría.
Mis muertos, a los que les hablo sin darles un nombre pero nombrándolos con los labios apretados, que es también como menciono tu nombre cuando nadie me ve, cuando nadie me escucha. Te odio tanto, por no estar muerto y no saber que hacer con tu recuerdo. 
Las historias cíclicas tienen la culpa, nuestra historia cíclica tiene la culpa; ya sacrifiqué besos y entrañas  a semidioses para romper con ellas, ya agoté en estériles noches mis fuerzas sin éxito. Intentaré el camino del perdón y el olvido, tal vez entonces seré yo la que se encuentre un día con todos los muertos.
Mando mis pensamientos al exilio donde todos y nadie se conocen.

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