Mírame, que te como con los ojos, no de frente, no sonriendo; te como con la orillita del ojo, en el margen de la retina, y apareces borroso, pero eres todo mío. Mírame, pero mírame como yo no te miro a diario, sino en esos extraños cruces de caminos, en esos descarriados momentos en dónde hablo sin parar, y te ríes sin parar, y tenemos aun el cabello revuelto de ideas.