Ayer hasta casi las cinco de la tarde escuché el mensaje que me dejaste grabado. Me dijiste que no llamara, que tu me llamarías después. Hace unos días encontré tus cartas electrónicas, los correos de cuándo te fuiste a probar suerte en la tierra de los dragones; no recordaba todo lo que ocurrió, creo que es porque estaba camino a la locura y la enfermedad me había ya atrapado. Me costó casi cinco años sanar el cuerpo y apuntalar la voluntad y la emoción.
Siempre me has dicho que los gatillos que disparan mi actuar son distintos a los que hacen estallar mi sentir. Creo que te equivocas, por segunda ocasión. En este borroso juego, los rostros se confunden y todo termina siendo la misma historia, las razones las mismas, los argumentos idénticos.
No estarás presente cuando cuente mi cuento de actores moleculares, ni cuando celebre ese desafiante nuevo año, cómo no estuviste en los veranos sin sueño y en los recintos de sutil estruendo. No lo elegí así, tampoco hice nada porque fuera distinto.
Venciste, nuevamente sin mover un dedo, a la distancia. Mis diálogos esquizofrénicos solo han podido ser por ti desentrañados, llego con la boca sangrando y sabes que es la más dulce de tus victorias.
Mi diálogo que es cacofonía.