Después del manto de nubes que bloqueó la vista del cielo, y que no me dejó sentir con toda la fuerza el equinoccio, el amanecer de hoy fue un banquete visual. Ya es luz de otoño, ya es luz de octubre, ya casi es mi cumpleaños.
De a poquito me voy desperezando y siento la emoción por el trabajo, y los paseos, y la compañía, por la vida pues... el verano me gusta, pero me aletarga considerablemente. El invierno tiene una luz sucia, a veces hasta vulgar... ilumina sin contundencia. El verano tiene una luz muy cobarde si se le compara con la de otoño.
Me emociono y empiezo a hacer uso de las definiciones basadas en mi sinestesia. La luz de otoño me duele de tan bella, suena en el oído izquierdo como tamborileo en las mañanas; adivino que me duele en la conjuntiva del ojo, y en los recuerdos que retumban en lo más recóndito de mi corteza visual desde 1986... los recuerdos anteriores son meras confabulaciones.
Aunque estoy estornudando más de la cuenta y la garganta grita en mi oído su repiqueteo de irritación, extrañaba ese cielo azul desolación y a la luz que desnuda miedos y deseos.