Tuve que callar y tuve que pedir al silencio ser mi cómplice y ya no mi delator. Contemplaste mi despertar cercano al ocaso, y mi extroversión de media noche, y mi completa sinceridad de madrugada; no le temimos a la mirada fija, ni a las lágrimas, ni le temiste a mis dientes que crueles desgarran, ni le temí a tu atroz sonrisa, ni a tu violencia, ni a tu abandono de toda esperanza. Rendir las armas.
Cada noche intentaba que te fueras, y cada mañana me descubría celebrando que te quedaras; cada noche creía que era la última; marcharme, no decirte nada. Lo logramos.