Bastó eso para trastornar las siguientes semanas; al principio no tuvo gran efecto, era parte de la línea argumentativa de la película, no más; pero al cabo de un rato empecé a analizar mis herencias. Que si el gusto por las orquídeas fue o no un asunto de cultivo a dúo, que si la chica fabulosa era la chica fabulosa de tu amigo y ÉL te la presentó, qué si te fuiste al Instituto porque te lo recomendó tu amigo o estabas escapando de el vizconde demediado ese que te acosó durante años...
Luego vinieron los libros... las chicas ganaron, pero en cuestión musical me lanzaron contra las cuerdas. Ahí estaba ese químico inorganometálico enlistando sus recomendaciones desde su puesto eterno en la sala Nezahualcóyotl, mientras tomaba algún trocito de chocolate Lyndt con sus huesudos dedos... el científico-clarinetista-aquel mareándome con sus sonidos experimentales y su banda de jazz-bossa-nova-pose-garage que me entregaba listas y listas de intérpretes, o los dj's de ocasión que me plantaron algún buen título y me dejaron mordisquearlo con agrado.
Y así, con las ideas en la masa gris, me caché y frené. A veces pareciera que tengo que rendir cuentas de lo que hago con mis días, acomodar mi existencia en unas tablas comparativas, meter mis datos en una base de datos enorme y luego esperar a que me den mi boleto para canjearlo por "aceptación social". Al diablo con eso.
Agradezco a todos la influencia que tienen en mi cotidiano. Desde el librero me contemplan objetos que atestiguan momentos de convivencia, intercambios y transiciones. Mi biografía que es antología y cuento.
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