junio 22, 2009

Farfar

Dejé sobre la mesa de noche de mi hermano el Demian de Hesse. Pasaron algunos meses para que él decidiera abrir el libro. Ayer en la noche lo descubrí leyendo, en una de esas noches de insomnio adolescente que a mi tanto me persiguieron.
Mi abuelo lo puso en mis manos gracias a la infinita curiosidad que me aqueja; él había muerto hacia ya varios años pero su biblioteca estaba intacta, inquietantemente intacta. Busqué ociosa entre sus repisas en más de una ocasión, hojeando primero los libros de entomología y zoología, luego los de antropología llenos de láminas en blanco y negro, vinieron los atlas enormes y las enciclopedias técnicas y científicas. Después de haber hojeado por un par de años y luego religiosamente regresar los libros a su anaquel, comencé el pillaje.
No me sonroja declararme culpable de aquellos hurtos, la biblioteca estaría enmohecida y desperdiciada, sin más manos ávidas que acariciaran los lomos secos y carcomidos, sin nadie que se preguntara quién había sido mi abuelo.
La enfermedad se llevó su vista gradualmente, creo que eso le apenaba más que repentinamente quedarse ciego. Le vi leer usando una lupa y sus ya enormes gafas, le vi leer casi adivinando con las manos las grafías más grandes de los encabezados del periódico. No hubo día que mientras conservaba algo de la vista, no le viera leer.
Cuando sus ojos no pudieron proveerle más imágenes, un séquito de cuidadoras e hijos le leía, el ya sea al lado de la cama o sentado en su silla de ruedas escuchaba en silencio. Yo era muy pequeña, hubiera querido saber qué era lo que leía, qué era eso que lo apasionaba tanto.
Hoy no recuerdo cuantas novelas extraje de la casa de mis abuelos, fueron muchas y algunas no soportaron el paso de mi adolescencia vagabunda. Las enciclopedias están a salvo en casa, ahora miran absortas al mundo que no lee libros porque todo encuentra en la red, el mundo sin rigor; no cargué con ningún atlas, eran demasiado voluminosos y denunciaban el robo de manera escandalosa.
Demian saltó a mi maletita sin problema, acompañado creo de La Nausea y un poemario indígena. Así comenzó el viaje de exploración al Universo literario de mi abuelo, con cada viaje un libro bajo la mirada solapada de mi padre. De mi abuelo descubrí el compromiso con su momento histórico, su espiritualidad que aun me inquieta, la sencillez con la que se rodeaba, la ambición por conocer y, a todo esto yo no pude decirle gracias.

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